viernes, 30 de diciembre de 2011
FELIZ 2012 A TODOS
martes, 27 de diciembre de 2011
El teatro durante la minoría de edad de Carlos II (Parte I)
La controversia sobre la asistencia de Carlos II a las representaciones teatrales y la misma existencia de éstas se inició tras su inmediato acceso al trono. El modo en que la reina regente doña Mariana de Austria emitió el 22 de septiembre de 1665, el decreto para respetar el período de luto por la muerte de Felipe IV incluía una novedad que años más tarde sería argumento en el discurso defendido por los detractores de las comedias. Doña Mariana las prohibía “enteramente (…) hasta que el rey mi hijo tenga edad para gustar de ellas o yo mandare otra cosa” (1).
Por esta razón, cuando el 17 de noviembre de 1666 la villa de Madrid presentó un memorial ante el Consejo de Castilla en el que pedía su restablecimiento para poder socorrer a los hospitales con sus rendimientos (2), cinco miembros se negaron a admitir la propuesta del Concejo a través de un voto particular y tomaron como argumento a su favor los términos en que se había redactado la prohibición de 1665 (3). Los cinco años del Rey no eran edad suficiente para que pudiera “gozar” de ellas ni dentro ni fuera de Palacio. La resolución sobre si los actores debían volver a los tablados era responsabilidad de la Regente y era a ella a la que los enemigos del teatro debían convencer.
Al principio doña Mariana de Austria se sintió inclinada a restablecer las comedias de las que había gustado tanto durante su juventud en el Salón Dorado y el Coliseo del Buen Retiro. De hecho Cotarelo y Mori cita una Real Cédula emitida el 30 de noviembre de 1666 en la que quedaban restablecidas (4). Sin embargo, la presión ejercida en los círculos más próximos a la Reina Madre a través de su confesor, el padre Juan Everardo Nithard, abrieron un período de discusión que se resolvió a favor de los detractores. Fue un debate que afectó sobre todo a la actividad teatral madrileña pues es sabido que Calderón estrenó en otoño de 1667 en el corral de la Montería de Sevilla dos de sus producciones (5). Pero mientras esto ocurría en la periferia peninsular, los que se oponían al restablecimiento de las representaciones sostuvieron su postura ante el Consejo de Castilla con múltiples argumentos eruditos. Constituían este núcleo de resistencia don Antonio de Contreras, don Diego de Ribera, Francisco Ramos del Manzano, don García de Medrano y don Antonio de Vidania. De todos ellos el elemento clave era Ramos del Manzano (1604-1683), preceptor de Carlos II y firme opositor a los espectáculos teatrales.
Don Francisco era natural de Vitigudino (Salamanca), fue nombrado maestro de Carlos II a sus 63 años, el 5 de junio de 1667. De familia hidalga aunque corta de caudal, con el nombramiento como preceptor de Carlos II completaba una larga y fructífera carrera iniciada en la Universidad salmantina donde con sólo 20 años, tras cursar estudios de jurisprudencia, ocupó la cátedra de Código. Allí transcurrió su vida hasta 1644 al tiempo que promocionaba a puestos de mayor importancia académica. Comenzó a servir a la Monarquía en oficios de responsabilidad en la década de los ’40, primero como Presidente del Senado de Milán. Más tarde fue nombrado Regente del Consejo de Italia, Consejero de Castilla, Asesor de Cruzada y Gobernador con prerrogativas de Presidente del Consejo de Indias con el apoyo del Conde de Peñaranda, a cuya sombra realizó esta importante carrera. Entre sus más preciados servicios, se cuenta el Memorial que redactó para el papa Alejandro VII en defensa del derecho de la Corona de Castilla a seguir presentando obispos para las sedes portuguesas vacantes, a pesar de la rebelión de aquel reino y de que Juan IV de Bragança se hubiera autoproclamado rey en aquellas tierras. También asesoró a don Luis de Haro en las conferencias que mantuvo con Mazarino para redactar la Paz de los Pirineos (1659). En realidad, puede considerarse suya toda la parte legal del tratado.
Los argumentos exhibidos en el voto particular de 1666 contra el restablecimiento de las comedias eran contundentes. Ni la propensión natural de la mayor parte de la población hacia este divertimento, ni el pretexto del socorro a los hospitales, ni la política de divertir al pueblo de sus ahogos, ni siquiera el ornato que daban estas manifestaciones a las fiestas del Corpus, eran razones suficientes para reponerlas. Tampoco manifestar con festivas demostraciones el regocijo colectivo o cortesano por acontecimientos felices que hubieran acaecido a la Familia Real. Los escándalos de las vidas de los comediantes y relajación en los contenidos de lo que representaban constituían motivos suficientes para mantener el silencio en los escenarios.
No consta que hubiera comedias en los salones regios ni en los corrales madrileños durante 1667 y 1668. Sus títulos sirvieron, sin embargo, para que numerosos papeles de publicística elaborados en las imprentas proclives a don Juan José de Austria (curiosamente hijo de comedianta), definieran la personalidad y la situación por la que en esos momentos atravesaban los más destacados protagonistas de la vida política. Al regio bastardo se le aplicaban los siguientes: “Galán, valiente y discreto”, “Lo que merece un soldado”, “El defensor de su patria”, “El príncipe perseguido”, “El hijo de sí mismo”, “La fuerza de la sangre”, “El hijo del Águila”, “En cada paso un peligro”, “Cada cual lo que le toca”, “Contra el honor no hay poder” o “La Restauración de España” (6), mientras los que se adjudicaban al padre Nithard eran menos halagadores: “El monstruo de la Fortuna”, “La perdición de España”, “Engañar para reinar”, “Perderse por temerario” o “La avaricia rompe el saco”.
Títulos de comedias que reflejaban el ambiente que envolvió los sucesos acaecidos a comienzos de 1669. El valido jesuita enemigo del teatro desapareció de la escena política. Su caída, pergeñada entre febrero y marzo de ese año, fue el fruto de la presión ejercida por don Juan José de Austria para hacerse con las riendas del gobierno. Finalmente las cesiones de doña Mariana de Austria propiciaron un acuerdo entre las partes. Don Juan José renunció a avanzar sobre Madrid mientras la Junta de Gobierno y la Reina Regente aceptaban la expulsión de Nithard, la liberación de Mateo Patiño (7), secretario de don Juan acusado de intentar urdir un atentado contra el valido de doña Mariana, y la remodelación de la propia Junta de Gobierno. También se impulsó la creación de una Junta de Alivios desde la que algunos partidarios de don Juan podrían tener voz en el gobierno de la Monarquía.
Aquel forzado cambio de rumbo político ocasionó mudanzas en los cargos de Palacio y ello deparó un ambiente más propicio para que los escenarios regios recobraran su actividad. Recuérdese que el Mayordomo Mayor era el encargado de organizar las fiestas teatrales en el Alcázar, mientras el Alcaide del Buen Retiro lo hacía en el Coliseo. Antes de 1670 el Conde de Aranda desempeñaba el puesto de Mayordomo Mayor de la reina doña Mariana. Sin embargo, éste estuvo involucrado en un supuesto intento de asesinato de don Juan José, por lo que después del acuerdo al que se había llegado en Torrejón de Ardoz entre doña Mariana y el bastardo, se impuso una remodelación de la Corte que pretendía dar una imagen más ponderada de la correlación de fuerzas existentes. Los tibios respecto a don Juan adquirieron mayor protagonismo. El IX Duque del Infantado, don Gregorio de Silva y Mendoza, fue nombrado Mayordomo Mayor de la Reina si bien los abiertos partidarios del hermano del Rey no encontraron puestos de honor cerca de los monarcas. Ni el Duque de Alba, ni el hijo de éste, don Antonio Álvarez de Toledo, ni el Conde de Monterrey, que fue nombrado gobernador de los Países Bajos, tuvieron su oportunidad.
En esta restructurada Corte sin valido, el método para obtener peso político e imagen de influencia y poder mediante la promoción de espectáculos cortesanos (como en tiempos de Felipe IV hiciera el Marqués de Heliche o el Duque de Medina de las Torres) volvió a contemplarse, y fue entonces cuando resurgió la polémica sobre la presencia de teatro en Palacio.
Mucho se había dicho sobre el efecto pernicioso de las comedias en la educación del Príncipe, pero ahora se dejaron oír voces que argumentaban lo contrario y que habían quedado eclipasadas en su momento por el peso que venían ejerciendo los que ostentaban el poder. Ya en 1666 Juan de Zabaleta (1612-c.1670), hombre de juicio y virtudes incuestionables para sus contemporáneos (8), había dado a la imprenta una obra titulada “El Emperador Cómodo. Historia discursiva según el texto de Herodiano” en la que defendía, igual que en “El Conde Matisio” (1652), que la historia por medio de casos famosos podía enseñar al hombre (y de paso al Príncipe), a corregir sus faltas. Para que sus contenidos pudieran llegar con más facilidad a los gobernantes, un método recomendado entre otros era el teatro que se representaba ante ellos.
También en 1671 Pedro González de Salcedo, fiscal del Consejo de Castilla, escribió una obra dedicada a doña Mariana de Austria titulada “Nudrición Real”, en la que proponía el tipo de educación que debían recibir los futuros monarcas entre los siete y los catorce años. El hilo conductor de este manual eran las leyes promulgadas por Fernando III el Santo que, según el autor, marcaban la línea a seguir para afrontar la óptima educación de un rey. Además de ocuparse en sendos capítulos de la formación religiosa y sus modales, dedicaba una parte importante al estado de ánimo que debía ser alegre, y a los pasatiempos que debía frecuentar. Recomendaba juegos de alegría y entretenimiento entre los que incluía la música, tan presente en el teatro palaciego de la segunda mitad del siglo XVII, y también la asistencia de “gentes de gusto y alegría” para que:
“deleyten, alegren y entretengan con música decente, con juegos honestos, con dichos agudos y modestos, con razones y cuentos prudentes y con acciones reverentes, tales, que convengan y sean admisibles en las dos naturalezas, Humana y Rea de los Príncipes”.
Aunque este comentario parece aludir directamente a la presencia de bufones en la Corte, se sabe la delgada línea que separaba a éstos de los actores de modo que los más destacados tocaban ambos registros sin apenas distinción. Era el caso de Cosme Pérez, el famoso Juan Rana, que meses antes de que el libro de González de Salcedo viera la luz había hecho su triunfal reaparición teatral en la Corte a pesar de su avanzada edad.
(continuará)
Fuente principal:
* Sanz Ayán, Carmen: “Pedagogía de reyes: el teatro palaciego en el reinado de Carlos II”. RAH, Madrid, 2006.
Notas:
(1) Maura, Duque de: “Carlos II y su Corte. Ensayo de reconstrucción biográfica”. Madrid, pag. 203.
(2) Cotarelo y Mori, E.: “Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España”. Universidad de Granada, 1904, pag. 425.
(3) Ídem, pag. 176.
(4) Ídem, pag. 635-636.
(5) Eran “El Monstruo de los jardines” y la “Virgen de los Remedios”.
(6) BNM, mss. 17.443.
(7) En el mismo pasquín citado de la Biblioteca Nacional (mss. 17.443) se aplicaban a este personaje los siguientes títulos de comedias: “La prisión sin culpa”, “Caer para levantarse”, “El criado leal”, “La obediencia castigada”.
(8) Tanto Fray Diego de Quiñones en su censura de la obra “El Conde Matisio” redactada en 1652 como el licenciado José de Salinas, le reconocían como varón de intachables costumbres.
sábado, 24 de diciembre de 2011
jueves, 15 de diciembre de 2011
Ausencia
domingo, 11 de diciembre de 2011
Las esculturas de don Juan José de Austria (III): el busto del Museo Cerralbo
domingo, 4 de diciembre de 2011
Las esculturas de don Juan José de Austria (II): el busto en la Venerable Orden Tercera de Madrid
1. Busto de don Juan José de Austria, obra de François Christophe Dieussart (1657). Venerable Orden Tercera de San Francisco, Madrid. Foto del autor (2020). |
El problema estriba en que el citado busto de don Juan se conserva hoy en día en la enfermería de la Venerable Orden Tercera de San Francisco en Madrid (cercana a la basílica de San Francisco el Grande). Margarita Estella (4) que identificó la pieza como obra de Dieussart al localizar la firma y el año en el núcleo de la base de la escultura, no pudo averiguar el motivo de la localización actual del busto en la mencionada institución, ni las relaciones que pudo tener don Juan José de Austria o algún personaje de su círculo con esta entidad. Tan sólo se ha podido localizar una libranza emitida por el bureo de don Juan, por valor de 1.200 reales de vellón, destinados al tesorero de la Orden Tercera, al que se le mandaron librar por decreto de Su Alteza “de limosna para ayuda de la Capilla que están haciendo” en la mencionada enfermería (5). ¿Puede ser este el motivo de su ubicación actual en dicha institución? ¿Se encargó a Dieussart pensando en esta enfermería o, como parece más probable, para alguna guilda flamenca como el resto de los bustos que realizó por aquellos años a los personajes más representativos que pasaron por Flandes?